9.21.2010

Capítulo 25

Agustín se imaginaba una concentración donde haya diversión, chistes y mucha charla entre los jugadores, pero en cambio, pasaba todo lo contrario salvo en el cuarto donde estaban él y Nacho.

Cuando Agus le preguntó a Nacho el porqué de tanto silencio, este le contestó que era porque mañana se definiría el torneo y se jugaría el clásico, y que encima era de local y que no se podía perder.

Nacho estaba más tranquilo porque sabía que no iba a jugar, aunque también estaba nervioso por la posibilidad de ganar su primer campeonato con Boca.

El técnico, Carlos Bianchi, ya tenía al equipo confirmado. Este era el que venía jugando los últimos partidos y que sin mediar ninguna lesión sería el titular.

Las horas pasaban de los más rápido para Agustín, que junto a Nacho parecían llevarse bastante bien.

Los dos eran muy parecidos y de familia trabajadora y de barrio.

Mientras jugaban al Play charlaban de muchas cosas, pero entre ellas, la que más se hablaba era del partido. Los dos eran fanáticos de Boca y no paraban de hablar del clásico y de la posibilidad de salir campeón justamente contra River y en la última fecha.

Como si el tiempo hubiese volado, la hora de cenar había llegado. Todos los sábados en los que Boca concentraba se comía lo mismo, pollo con ensaladas varias.

Agustín ya se sentía más tranquilo al conocer a todos, pero todavía no podía creer lo que estaba viviendo. Estaba por cenar con todos los jugadores, cosa que nunca más le iba a suceder.

Mientras bajaban por al ascensor hacia el comedor, Agustín le preguntó a Nacho con quien compartía la mesa, y si se podía sentar con él. Nacho le contestó que seguramente si los hospedaron juntos la compartirían y que el siempre se sentaba en la mesa junto al Pochi Chávez, Viatri y Erbes, los más jóvenes del plantel.

Los jugadores parecían un poco más relajados que antes. Mientras se sentaban cada uno en su mesa, los más chicos por un lado, los no tan grandes por otro, y finalmente los mayores como Battaglia, Riquelme y Palermo por otro, todos iban charlando y hasta se escuchaban algunos chistes.

Aunque de manera más tranquila, en todas las mesas se hablaba del partido y de la posibilidad de salir campeón. El tema era recurrente, ya que el esfuerzo de todo el semestre podía dar sus mayores frutos, el campeonato.

En la mesa de Agustín se hablaba de lo mismo. Mientras tanto, él permanecía callado. Se sentía un extraño al estar compartiendo la cena con los jugadores.

Nacho, para hacerlo entrar en confianza le propuso contar un poco como se sentía y como se los imaginaba a los cuatro con los que estaba compartiendo la mesa. Agustín respondió que se los imaginaba a todos como estrellas y que le sorprendía la amabilidad que todos habían tenido al filmarle la camiseta.

Todos le preguntaban a Agustín cosas del concurso, de cómo se enteró, de cómo hizo para participar, de que sintió cuando ganó, etc, etc. Parecía que la idea del sorteo le había parecido interesante a los cuatro ya que no paraban de hablar de lo mismo.

De repente, una voz pidió silencio. Martín Palermo se levantó de su silla y empezó a hablarles a todos… “gracias por el silencio. Solo quiero decirles que mañana tenemos una posibilidad histórica de salir campeones contra River y en nuestra cancha. Todos tenemos que estar concentrados para mañana y tratar de dormir bien así estamos con todas las ganas. Quiero decirles que como su capitán, estoy orgulloso del grupo que formamos y que mañana tenemos que dejar todo en la cancha como lo hacemos cada domingo, pero esta vez tenemos que dejar la vida por el grupo, por nuestras familias y por nuestros hinchas que siempre nos apoyan vayamos donde vayamos. Acá, con nosotros, tenemos a un hincha, Agustín, que está cumpliendo su sueño de conocernos, tenemos que dar todo por él, y por todos los hinchas que aman a esta camiseta, tenemos que dar todo muchachos, por la gente y por nuestras familias. Descansemos bien hoy, que mañana nos espera el partido más importante de nuestras vida…”, dijo Palermo con lágrimas en los ojos y de una forma contundente.

Como si en el comedor del hotel hubiese cien mil personas, un aliento constante pareció bajar de las tribunas y todos los jugadores empezaron a gritar y a aplaudir lo que había dicho su capitán. Todos parecían sentirse identificados con lo que había dicho Palermo, tanto, que desde absolutamente todas las mesas se empezó a escuchar “que el domingo cueste lo que cueste, el domingo tenemos que ganar…”. Una y otra vez, una y otra vez.

Agustín no podía creer que en el discurso Palermo lo había nombrado, pero menos comprendía lo que estaba viviendo. Gritando como nunca y revoleando a la par de los jugadores la servilleta, entonaba con todo su corazón la canción que todos estaban cantando.

El sueño era real. Agustín cantó hasta que su garganta pudo y se guardó ese recuerdo imborrable para siempre en su corazón pintado de azul y oro.

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